Post plebiscito: entrevista a sociólogo Manuel Canales

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Tras el histórico proceso que se vivió en el país este domingo, y dónde la opción para redactar una nueva Constitución Política alcanzó el 78,27 por ciento de los votos, el académico de la Facultad de Ciencias Sociales asegura que estos resultados «revelan un consenso por la necesidad de cambios profundos en la sociedad y el aislamiento político de quienes los obstruyen. Ante los próximos pasos del proceso, aseguró, «es clave -si se busca una reconexión de los partidos con el mundo popular- que se abran todos los cupos posibles a la diversidad social y sobre todo a la presencia popular en la asamblea».

Los ojos del mundo estuvieron puestos en Chile este domingo 25 de octubre. Las portadas de los principales medios internacionales dieron a conocer los resultados del plebiscito constitucional, destacando la amplia diferencia que se dio entre las opciones de rechazo y apruebo. “Chile aprueba por abrumadora mayoría enterrar la Constitución de Pinochet” -en el caso del diario El País de España- y “Chile apuesta por el cambio y aprueba en plebiscito histórico dejar atrás la Constitución de Pinochet” -en el caso de la BBC-, fueron algunos de sus titulares.

Según el último reporte entregado por el Servicio Electoral (Servel), y con el 99,85 por ciento de las mesas escrutadas en el país, la opción para redactar una nueva Constitución Política alcanzó el 78,27 por ciento de los votos, mientras que la opción rechazo un 21,73 por ciento. A su vez, el mecanismo Convención Constitucional logró una amplia mayoría, con el 78,9 por ciento de las preferencias.

En cuanto a la participación, de los 14 millones 855 mil personas habilitadas para sufragar, participaron del proceso poco más de 7 millones, equivalentes al 50,8 por ciento del padrón total. Recordemos que la participación electoral ha ido disminuyendo en los últimos años luego de su paso de caracter obligatorio a voluntario. Así, por ejemplo, en la primera vuelta presidencial de 2013, votó un 50,9 por ciento, mientras que la elección presidencial de 2017, sufragó un 46,6 por ciento; cifras que reflejan, según el sociólogo y académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Manuel Canales, un «espacio de esperanza» junto a una «corriente cívico transformadora».

Durante las últimas semanas, Canales, no ha parado de dar entrevistas analizando lo que ha ocurrido en el último año. «La demanda de octubre no era primeramente por una nueva constitución política del Estado, sino que, y es lo que hay que interpretar, como una demanda por una nueva constitución de la sociedad», sostiene. Ante esto, agrega, “octubre es un grito de aborrecimiento, es el cotidiano de una sociedad que nació, maduró e hizo crisis; fatiga de subjetividades, se hizo aborrecible, irrespirable y no seguirá en adelante”.

El académico viene hace más de 10 años estudiando el descontento en los jóvenes, por lo que plantea que son las nuevas generaciones las que reclaman por una mejor vida, una mejor situación, cansados de desigualdades e injusticias. «Hubo un pueblo feliz un tiempo, cuando salía de la pobreza; pero los hijos y los nietos de aquellos que salieron de la pobreza no se bastan con el sacrificio post necesidad, están esperando la vida que se les prometió y por la que jugaron, bregaron, y lucharon», advierte.

Con el resultado de este domingo, ¿cómo se debe leer el triunfo del apruebo por sobre el rechazo?, ¿qué está diciendo o pidiendo la ciudadanía?

Aún no es claro el resultado respecto al asunto esencial: si logra o no, o en qué intensidad, conducir como mística constituyente lo que apareció como revuelta y marchas populares hace justo un año. En un sentido, el resultado del 80/20 es notable y hasta extraordinario. Revela un consenso por la necesidad o inevitabilidad de cambios profundos en la sociedad chilena y el aislamiento político de quienes los obstruyen. Por otra parte, el que la votación haya sido solo un poco más alta que la última , abre dudas sobre la fuerza de esa corriente.

Con todo, ha de considerarse la pandemia, porque, ¿cuántas personas habrían ido a votar con COVID-19 en la segunda vuelta aquella? Y, ¿cuántos de los votantes de este plebiscito son antiguos y cuántos nuevos? Si fueren muchos los nuevos, entonces habría aparecido un nuevo sujeto político. Pero, el tono cívico y hasta emocional más los números ya dichos -puede decirse- logran concitar una base suficiente y auspiciosa para el proceso que viene. Parte de la energía social ha sido puesta en línea de construcción de una alternativa.

El proceso constituyente, ¿hacia dónde nos conduce y quiénes deberían liderar los cambios?

Uno de los problemas circulares de Chile hoy es que quienes deben gestionar la solución, ellos mismos son parte importante del problema. El plebiscito por una nueva constitución es un modo inteligente de salvar esa paradoja. Creo que es clave en los pasos siguientes, si se busca una reconexión de los partidos con el mundo popular, que se abran todos los cupos posibles a la diversidad social y sobre todo a la presencia popular en la asamblea. No sería aceptable una asamblea donde de nuevo el estamento oligárquico vuelva a monopolizar la voluntad popular.

Lo segundo, es que inicien un proceso de autocrítica tan profundo como el que hizo la izquierda a fines de los ’70 y en los ’80, de modo de explicarse cómo fue que se desconectaron de modo tan logrado de las bases populares. Lo tercero, es avanzar hacia una propuesta de un modelo de desarrollo ajustado por la demanda por complejidad y justicia social, como se demandó en octubre.

Son tiempos desafiantes…

Estamos en tierras ignotas. Vienen décadas de crisis. Ahora mismo late la crisis climática, hablamos de la crisis social y nos cuidamos del coronavirus. Es tiempo sin pilotos automáticos: la primera tarea es conectarse radicalmente con el proceso social. Al menos las ciencias sociales, estimo, no tiene ya alternativa a asumir su tarea: seguir a la sociedad, tratar de entenderla, «historiar el presente».

A su juicio, ¿qué origina la crisis social y política en la que hemos transitado?

La función que tuvo ese día (18 de octubre) en todos estos procesos naturalmente es muy importante y será tema de análisis por mucho tiempo, pero lo que constituye la fuerza histórica que termina por aparecer, es lo que se va a manifestar precisamente después de eso, el 25 de octubre, en la gran marcha de Santiago y todo Chile. Eso es quizás lo más notable por lo que trae de fuerza, de posibilidades, de remover los equilibrios básicos, de mostrar que los cimientos estaban débiles.

Se origina en una disconformidad radical de estas nuevas generaciones populares con el régimen de vida, en el que vienen formados y criados. En él han cursado los cambios que han debido cursar, con todos los gastos, costes y esfuerzos, y que finalmente sienten les pagan en indignidad. Primero, fueron llamados a la prosperidad; luego a la profesionalización y nunca fue tan cierto. En esa promesa que no se cumplió, se fue acumulando el vapor que hizo que el cotidiano popular chileno se hiciera irrespirable y reventara -como reventó-, y que tomara la forma que tomó ayer,  y que nos tiene conversando de la Constitución.

Lo que creo que hay que analizar es qué se manifiesta en la que yo llamo «la revuelta de los que sobran», para no llamarlo simplemente un estallido como un asunto físico, ni social en general.

¿Cuál sería el rol de la clase política en todo esto?

La desconexión es total y absolutamente verificada en octubre, porque es también contra el sistema político en su conjunto. Forman parte del problema y esa es parte del problema: ¿cómo lograremos que “esos representantes”, que fueron descalificados políticamente, pueden intentar una reconexión? La demanda de octubre no era primeramente por una nueva constitución política del Estado, sino que -y eso es lo que hay que interpretar- como una demanda por una nueva constitución de la sociedad.

En entrevista con The Clinic planteó que “el plebiscito es un acto político y ha logrado controlar la crisis”. ¿Cree que es un camino para destrabar lo que estamos viviendo cómo sociedad?

Cuando digo que ha logrado contener la crisis, digo también enseguida pero no la ha desactivado, ni ha desmontado los factores que la generan. El proceso constitucional tiene esa gracia, que está a la escala de la crisis, es del mismo orden; pero eso no significa que no tenga por lo mismo una capacidad de contener esta reivindicación. Yo entiendo octubre como una revuelta reivindicatoria, y eso pasa también por un cambio constitucional. El punto es que no  bastará si ese cambio constitucional no logra representar a ese conjunto en sus participantes directos, pero sobre todo si no logra representar a ese conjunto en su demanda, que no era por un cambio constitucional, primeramente, sino que por un ajuste profundo donde las condiciones de la vida social.

Creo que el punto es que este proceso constitucional de alguna manera tiene que hacer eco de esa demanda por una nueva sociedad y es lo que creo estamos empezando a hablar.  Es de esperar que esto no impida procesos de desarrollo de construcción de otra sociedad y que, en el proceso -ese es mi deseo y que creo hay una posibilidad- que aparezca un actor político nuevo, una refundación de los actores que hay. No veo a los actores que hay con capacidad de continuar sin hacer la refundación profunda para iniciar la refundación de la sociedad chilena. La tarea política hoy día, a 30 o a 40 años, es empezar a construir una sociedad de otro tipo.


Maritza Tapia, periodista Prensa U. de Chile