Informe FAO plantea que hambre en Sudamérica se duplicó desde 2015

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El número de personas que padecen hambre en el mundo aumentó hasta alcanzar los 828 millones de personas en 2021. Para dimensionar esta cantidad, el número corresponde aproximadamente a dos veces los habitantes de América del Sur o diez veces la población de Alemania o cuatro veces la población de Brasil.

El informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) señala que tras permanecer relativamente sin cambios desde 2015, el porcentaje de personas afectadas por el hambre se disparó en 2020 y siguió aumentando en 2021, hasta alcanzar el 9,8% de la población mundial, frente a los porcentajes del 8% registrado en 2019 y el 9,3% en 2020. Asimismo, destaca que desde el brote de la pandemia el hambre aumentó en 150 millones.

Respecto de la inseguridad alimentaria, es decir, cuando se carece de acceso regular a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales -por falta de disponibilidad de alimentos y/o a falta de recursos para obtenerlos- el documento señala que cerca de 2.300 millones de personas en el mundo (29,3%) se encontraban en situación de inseguridad alimentaria moderada o grave en 2021. Esto es, 350 millones de personas más que antes del brote de la pandemia del COVID‑19.

Asimismo, indica que del total de personas con hambre en 2021, más de la mitad vive en Asia y más de un tercio en África, mientras que América Latina y el Caribe concentra el 7,4 %. En este marco, el Caribe presenta la mayor proporción de población afectada por el hambre en la región, cerca del 16%, en comparación con aproximadamente el 8% que registra América Central y América del Sur.

A pesar de ser el continente del Tercer Mundo menos afectado, el hambre en América del Sur se ha duplicado desde 2015. Del mismo modo, en 2020 la pandemia elevó la cantidad de personas en situación de hambre a los 52.3 millones y en 2021 a los 56.5 millones, cerca del 8,6 por ciento de la población latinoamericana.

El representante de América Latina de la FAO, Julio Berdegué, alerta que Latinoamérica ha retrocedido sustancialmente en su situación alimentaria. “La región ha perdido 20 años de lucha contra el hambre. Es un agravamiento de una condición que ya era desastrosa, lo que nos indica que la recuperación post pandemia no ha llegado a los hogares” advierte.

Sobre los efectos de la pandemia y el confinamiento en la alimentación de las personas en nuestro país, Nelly Bustos, académica del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA) de la Universidad de Chile, señala que la crisis sanitaria empeoró la situación, “ya que se acrecentó la inseguridad alimentaria de los sectores más vulnerables, lo que se reflejó, en parte, en la dificultad de acceso físico y económico a alimentos saludables, optando por el consumo de una alta cantidad de alimentos de bajo costo, como lo son los ultra procesados, farináceos y frituras, lo que, junto a la inactividad física producto de las cuarentenas, se tradujo en un incremento considerable del sobrepeso y la obesidad, especialmente en niños y adolescentes”.

De hecho, la académica detalla que ya existe evidencia que sustenta este fenómeno, como lo descrito en el Mapa Nutricional de la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (JUNAEB), donde el exceso de peso en la población infantil aumentó del 52,1% en el 2019 al 54,1% en el 2020 (Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas, 2020).

Por su parte, el director del INTA, Francisco Pérez, sostiene que las causas del hambre y la inseguridad alimentaria en América del Sur pueden ser varias. “En primer término, un estado de ‘hambre estructural’, principalmente en Centro América, que no ha podido controlarse. Otro aspecto a considerar corresponde a la inestabilidad política y financiera que se presenta en la región. Esta inestabilidad potencia el efecto de la migración, el cual debe ser absorbido muchas veces por economías locales sujetas a cambios internacionales, lo que genera pobreza y desigualdades”.

Respecto a los desafíos para revertir esta situación que afecta a millones de niñas, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores del continente, Francisco Pérez, agrega que lo ideal sería «potenciar las relaciones dentro de Latinoamérica en el contexto de producción y distribución de alimentos, trabajando en mejorar los aspectos técnicos y logísticos. Generar medidas de protección social, apoyos financieros a la agricultura familiar, mantención de la canasta básica de alimentos y el apoyo sostenido a las vías tradicionales de abastecimiento, como lo son las ferias libres”.

Más mujeres que hombres padecen inseguridad alimentaria

Otro de los elementos importantes a relevar del informe de la FAO es la brecha de género en la inseguridad alimentaria. En 2021, el 31,9 % de las mujeres del mundo padecía inseguridad alimentaria moderada o grave, en comparación con el 27,6 % de los hombres, una brecha de más de 4 puntos, en comparación con los 3 puntos porcentuales registrados en 2020.

En este ámbito, Nelly Bustos considera necesario contar con información que permita desplegar estrategias innovadoras de intervención activa y concientización cultural desde los diferentes entornos. “No solo como una responsabilidad gubernamental, sino como una necesidad urgente y sentida por la población, que siente que comer saludable no es factible de realizar al poner en la balanza los costos y el ingreso familiar. Esto, sumado a dinámicas familiares de algunas mujeres, donde la existencia de la triple carga (trabajo remunerado, del hogar y de cuidado), genera diversas situaciones que repercuten en la alimentación familiar, como el cansancio permanente, la falta de tiempo y dinero, así como también las enfermedades psico-emocionales”.

En relación a posibles soluciones, la especialista en nutrición indica que “la educación alimentaria nutricional juega un rol central para la formación de hábitos y sentidos en la familia y en otros entornos alimentarios, como el entorno escolar y laboral, posicionando y rescatando la cultura de nuestros territorios, fortaleciendo a las comunidades para rescatar los espacios públicos, con la implementación de huertos comunitarios, y entregando herramientas útiles a la población para ser críticos con la publicidad de alimentos, entre otras iniciativas”.

Finalmente, en cuanto a los desafíos concretos, la experta vislumbra ocho puntos clave:

  • Posicionar explícitamente en la Constitución el derecho a la alimentación y así priorizar políticas públicas orientadas a mejorar la disponibilidad y el acceso a alimentos saludables, inocuos y nutritivos.
  • Entregar a los programas alimentarios una pertinencia territorial y cultural, que permita el acceso a frutas y verduras variadas y de calidad, especialmente en las zonas extremas de nuestro país.
  • Transformar los Sistemas Alimentarios para hacerlos sostenibles, justos e inclusivos, que permitan a la población acceder a productos nutritivos, seguros, variados, a precio justo y producidos de manera responsable con el medioambiente.
  • Relevar el rol de los alimentos locales y respetar la estacionalidad de ellos.
  • Tener voluntad política para articular los diferentes programas orientados a minimizar los efectos de la inseguridad alimentaria, permitiendo llegar de manera oportuna   a la población.
  • Rescatar el rol de las personas mayores en las familias, las que traspasan su cultura alimentaria a las siguientes generaciones.
  • Volver a cocinar en el hogar y minimizando al máximo los desechos.
  • Educar para comprender que la alimentación es identidad, es cultura, es derecho, es vital y es responsabilidad de todos y todas.

Prensa UChile